El objetivo de este artículo es hablar de las competencias técnicas y sociales necesarias para impartir formación interna en la empresa, es decir las aptitudes y actitudes de los formadores ocasionales entendidos como profesionales senior que transmiten el know how de su experiencia y la de la empresa al resto de sus compañeros.
Esta técnica se está revelando como una fórmula de mejora la calidad de las empresas ya que permite la transmisión de las buenas prácticas desarrolladas por una organización concreta. Es evidente que las personas que tienen que transmitir ese conocimiento necesitan una formación sobre no solo cómo se debe transmitir y comunicar la información, sino también unas habilidades sociales críticas para el buen desarrollo de esa formación.
Pasaremos a ver ahora esas aptitudes y actitudes de los formadores ocasionales:
Primero: el conocimiento básico en técnicas pedagógicas: para desarrollar una formación es preciso disponer de unos mínimos conocimientos pedagógicos tales como establecer los objetivos de la formación, los contenidos adecuados para llegar a esos objetivos, conocer los distintos recursos formativos que pueden utilizarse, tener conocimiento de la nuevas tecnologías aplicables a la formación, conocer cómo aprenden las personas y manejar las diferentes formas de evaluación de la adquisición de contenidos.
Segundo: la conciencia de estar formando a adultos con experiencia laboral: aunque los formadores ocasionales son profesionales senior no pueden olvidar que sus alumnos son también profesionales en activo y personas adultas por lo que es aconsejable evitar caer en actitudes paternalistas.
Tercero: la pasión por la formación: estamos ante un punto clave pues si hablamos de trasmitir la propia experiencia y conocimientos es preciso apasionar al alumnado para que “aprehendan” este bagaje y lo apliquen en su trabajo. No estamos en un escenario de adquirir conceptos para la superación de un examen sino de adquirir formas de trabajo de éxito que permitan que la organización pueda aportar valor a sus clientes y distinguirse de la competencia.
Cuarto: la capacidad de autoaprendizaje y de autocrítica: para trasmitir este valor es necesario que los alumnos se empapen del valor de poner en duda lo que sabemos para ir hacia la mejora continua y la adaptación al cambio. Si no tenemos esa visión consideraremos que ya lo hacemos todo bien y no tenemos nada que aprender, trasmitiendo esa idea al alumnado.
Quinto: la importancia de la comunicación verbal y el efecto de la no verbal en la adquisición de conocimiento: es esencial una comunicación efectiva y empática, poniendo especial énfasis en la retroalimentación del alumnado. Es preciso fomentar el diálogo y la discusión entre alumnos y formador, evitando que la formación sea una mera cadena de transmisión de los conocimientos de un experto. Es mediante el diálogo que se detectan las dificultades de la aplicación de los conocimientos en el día a día y las dudas que se pueden plantear al llevarlos a la práctica.
Sexto: la detección de las necesidades del alumnado: el buen formador sabe adaptar su discurso en función de las características del alumnado. Las pausas y los descansos son una buena herramienta para conseguir una formación eficaz y deben ser tenidos muy en cuenta en este tipo de formaciones que se caracterizan por ser cortas e intensas.
¿Cómo puede un profesional adquirir esas aptitudes y actitudes? Evidentemente, mediante una formación en materia pedagógica y de comunicación.